Yo he estado ahí. He sido la persona que le ha pedido otra oportunidad a una pareja. Me he convertido en el tercer vértice de un triángulo. He intentado ser amiga de quien quería ser novia. He tirado de soberbia, pensando que algún día vería la luz que a mí me cegaba. He enviado un mensaje tras no haberme contestado el anterior. He faltado al respeto a otra persona, y de paso a mí misma, traspasando su límite -no siempre es no; los ‘sí, PERO’ también significan no; y lo mismo con cualquier frase que empiece en condicional-. Tú también has estado ahí, seguro. Aquí todos tenemos miserias.
Mi primer novio me dejó, así que me metí debajo de una manta y me preparé para la muerte, que se quedó en gastrointeritis. La doctora me pinchaba, mientras las lágrimas me resbalaban por las mejillas. “Está en plena ruptura”, aclaró mi madre. “Y no me quiero curar”, lloriqueé yo. “Pues no te queda, bonita”, respondió aquella. Siempre he sido muy ridícula en cuestión de rupturas, porque me duelen como el demonio, y otra vez llegué a presentarme en mi puesto de trabajo con gafas de sol. Mi jefe se ahorró el “qué tal”, por si acaso me daba por responder. Dispuesta a reconquistar a un hombre (¡MEEEC!), pedaleé 10 kilómetros y toqué a la puerta de su casa, convencida de que me besaría. No me abrió. Me costó entender que yo estaba comportándome como aquel ex novio que -esta historia es real- se lanzó delante de mi coche, fingiendo un atropello, para evitar que me marchara. Nos vio un coche patrulla y tuvo que admitir el teatrillo.
Lo patético y lo conmovedor a veces van de la mano. Feliz San Valentín a todos.
Esta semana me he mudado al vecindario de Greenpoint, el barrio más septentrional de Brooklyn, famoso por la comunidad polaca. Va de alternativo, como Williamsburg, pero se corta un poco. Hay estudios de tatuaje, bares de música en vivo, una estación de radio independiente y una lavandería con máquinas de pinball, porque durante los años en los que se prohibió el alcohol y el azar, muchas de ellas sirvieron de speakeasy. Me siento en paz, asomada a la ventana de la habitación, con vistas al jardín nevado, en esta casita de dos plantas de Leonard Street. En paz porque me he elegido a mí misma. Desde aquí, casi no huelo las rosas rojas del Valentine's Day, que en Estados Unidos dispara la venta de bombones, seguida del festivo del President’s Day. Lo único que celebro del Día del ¿Amor? es que, después de un pandémico letargo, los restaurantes vuelvan a abrir la zona interior, con un aforo del 25%. A -2ºC se valora mucho.
Me dijiste que ya no estaba de moda criticar el amor, que mejor hablara de él. “¿De todo lo que he hecho mal?”, pregunto.“O de todo lo que has hecho bien”, respondes. Me pediste que hablara del amor conforme yo lo entiendo. Pues es que, tal y como yo lo entiendo, el amor romántico no existe: es una construcción social. Y tal y como yo lo entiendo, no hemos venido a este mundo a ser parte de una pareja. Y dicho todo esto, a mí, como a todos, me gusta compartir los domingos y los viajes, las historias y los postres. Cada vez me interesa menos la piel y más lo que hay debajo, y como dice un amigo, a veces he tenido sexo por el abrazo de después. En esos momentos, precisamente en esos, he sabido con certeza que nadie puede curarte la herida. El amor siempre empieza en ti.
Quiero que me cuiden, y cuidar. Pero a quien se lo merezca.
Creo que el amor tiene que ser natural -que no fácil-. La pareja no es el último destino, aunque pueda ser un tren muy duradero. Creo en los compañeros de aventuras. No me gusta el caballero que emprende la conquista ni la princesa que se deja rescatar. Lo mismo para los princesos. No entiendo el amor sin emociones: en general, no aprecio a las personas que presumen de frialdad, y siempre preferiré a los sentimentales. La entrega va en la esencia de la palabra, pero hay que saber cuando estamos dando por el bien del otro, y cuando por el bien propio. No es fácil ser generoso, ¿cómo va a serlo?
La mayor parte de parejas son una causa del desafecto, que no una consecuencia del afecto. El trabajo personal no puede hacerlo nadie por ti. Voy con dos imperativos que defiendo, aunque no siempre practique. QUIÉRETE. Lo sé, cuesta una vida entera. Si no te quieres, tampoco puedes querer a los demás. No es un decir, es una verdad como un templo. Y RESPÉTATE. Asegúrate de salir comido de casa. Si estás hambriento de afecto, no va a venir nadie a saciarlo. Pero si la despensa está dentro de ti, entonces todos querrán atiborrarse de ella. Cuida a la persona con la que vas a vivir cada día.
A fin de cuentas, el resto solamente ha venido a pasar el rato.