Son las nueve, no sé si de diez años antes, pero el vuelo acaba de despegar. La frase de Enric González para la ciudad a la que me dirijo. La expedición para avistar las luces nerviosas de Nueva York pasa por la inmensa oscuridad de sobrevolar un océano, que se siente fuera de la cabina y dentro de las membranas. Este es un viaje de vibraciones, que te elige en lugar de elegirlo. Una mañana te despiertas agitado en cualquier lugar del mundo, sobre una cama que te resulta ajena, y la ciudad bajo tus pies palpita, como un latido dispuesto a quebrar los cristales. Los mismos vidrios de los que estamos hechos nosotros y los rascacielos. Entonces la única alternativa es subirse al avión.
En busca de algo, quién sabe qué. Aquí todos llegan por una cosa y se quedan por la otra
En aquella cafetería me decías que València me esperaría, con cada una de sus rutinas, y en cada rutina el hogar. ¿Sabes ese escalofrío que recorre la espalda entre lo que se quiere y lo que se desea? El último día ha sido como tantos: poner la cafetera, praticar deporte en el parque, leer un cómic y cerrar la cremallera de las maletas. Todo aquello que echaré de menos hacer, al menos cuando se hace en el refugio de casa, con vistas a un patio de luces de Ruzafa. El barrio de los balcones bonitos y los interiores secretos, donde sales a comprar el periódico y regresas con muchos libros, fruta y flores. Ni por un instante, Manhattan le hace sombra. Aquí no hay domingos con vermús al sol.
Bruma está asomada a la ventana. Contempla a los transeúntes desde las alturas, con esos ojos felinos en los que no pasa nada, pero en realidad sucede todo -o quizá sea justamente al revés, los gatos son misteriosos-. Ahora más alta que nunca, tratando de comprobar si aquella mota del horizonte tiene una antorcha en la mano. Me siento en los pensamientos de mi gata, nacida en la calle, que ha trepado a un piso 31 y estudia hacia dónde saltar a continuación. Con esa capacidad de asombro diario, que a veces se convierte en susto, y entonces viene el zarpazo. La vida va de colarse en escondites, ya habrá tiempo de sacar las garras. Al menos yo no entiendo la vida sin aventura.
El destino es el mismo para todos. Mientras lo vamos alcanzando, seamos valientes
Te diría que os echaré de menos, sería una obviedad. Mejor escribir que os llevaré a mi lado en cada una de las avenidas, ahora que regreso a Nueva York, diez años después. Me espera una canción de Navidad, que una voz canta despacio, y un abrazo igual de lento. El invierno que perfora la piel, las alcantarillas que humean las noches y un bonito paseo a media tarde por Battery Park, mientras apuramos un bagel. Las tribus urbanas de Williamsburg, la fingida dignidad de Wall Street y la suciedad pretendida de Chinatown. Otra historia -cientos de historias- que apuntalar en las teclas.