Escribo esto mientras tu avión es un punto amarillo que cruza el Atlántico. Lo escribo sentado en tu (nuestro) comedor, en la primera noche con la casa vacía de ti y de Bruma. Quizá son intimidades que a nadie le importan, pero tu ausencia me ha golpeado cuando he entrado a casa tras dejarte en el aeropuerto. Dejas tras de ti un barrio con vida propia y decenas de personas que ponen su día a día contigo en pausa hasta que vuelvas.
Dicen que la ciudad respira. Me lo creo. A veces tiene hasta fiebre
Tu viaje, de forma casi inevitable, nos sacude las entrañas. Nos las sacude a quienes nos quedamos, a quienes quizá nos ha faltado valor para liarnos la manta a la cabeza (en tu caso, enfrentada al frío de Nueva York, casi de forma literal) y atrevernos dar un gran salto. No es que la vida en nuestra querida València esté falta de atractivos. Aquí crecen las librerías en los barrios y el caldo primigenio en torno al río en el que nació la ciudad se sacude, una vez más, para darle otra vida. Reinventarse, en fin, que es lo que lleva haciendo dos mil años con un éxito más que notable.
El invierno acaba de empezar, pero en València, tú lo sabes bien, apenas dura un par de semanas. Pasará el frío y cuando queramos darnos cuenta la luz de siempre volverá. Aquí la primavera dura casi tres trimestres. Te esperamos en las terrazas, en los parques y en las playas. Te esperamos, en definitiva, donde Churchill quería combatir a los nazis, porque sin ti ganar la guerra es un poco más difícil.
Penses que ha arribat l’hora del teu cant a València
Pero no te preocupes. Tu valor, al final, nos inspira. Los desafíos que nos quedan aquí (poner lavadoras, terminar el mes, encontrar aparcamiento, hacer los adelantos) parecen nimios comparados con esos a los que tú te tienes que enfrentar. Pero ya sabes: si lo consigues en Nueva York, lo conseguirás donde sea. En una ciudad que tiene vida propia (como dice Jemisin), te toca descubrir y enseñorearte de los engranajes de esa inmensa máquina. Tengo claro que lo conseguirás y volverás, tarde o temprano, para contarnos el frío que hacía y lo feliz que fuiste.